lunes, 13 de julio de 2009

borges

Jorge Luis Borges
(1899–1986)


LAS RUINAS CIRCULARES
(El jardín de senderos que se bifurcan (1941;
Ficciones, 1944)
And if he left off dreaming about you...
Through the Looking-Glass, VI

NADIE LO VIO desembarcar en la unánime noche, nadie vio la canoa de bambú sumiéndose en el fango sagrado, pero a los pocos días nadie ignoraba que el hombre taciturno venía del Sur y que su patria era una de las infinitas aldeas que están aguas arriba, en el flanco violento de la montaña, donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra. Lo cierto es que el hombre gris besó el fango, repechó la ribera sin apartar (probablemente, sin sentir) las cortaderas que le dilaceraban las carnes y se arrastró, mareado y ensangrentado, hasta el recinto circular que corona un tigre o caballo de piedra, que tuvo alguna vez el color del fuego y ahora el de la ceniza. Ese redondel es un templo que devoraron los incendios antiguos, que la selva palúdica ha profanado y cuyo dios no recibe honor de los hombres. El forastero se tendió bajo el pedestal. Lo despertó el sol alto. Comprobó sin asombro que las heridas habían cicatrizado; cerró los ojos pálidos y durmió, no por flaqueza de la carne sino por determinación de la voluntad. Sabía que ese templo era el lugar que requería su invencible propósito; sabía que los árboles incesantes no habían logrado estrangular, río abajo, las ruinas de otro templo propicio, también de dioses incendiados y muertos; sabía que su inmediata obligación era el sueño. Hacia la medianoche lo despertó el grito inconsolable de un pájaro. Rastros de pies descalzos, unos higos y un cántaro le advirtieron que los hombres de la región habían espiado con respeto su sueño y solicitaban su amparo o temían su magia. Sintió el frío del miedo y buscó en la muralla dilapidada un nicho sepulcral y se tapó con hojas desconocidas.
El propósito que lo guiaba no era imposible, aunque sí sobrenatural. Quería soñar un hombre: quería soñarlo con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Ese proyecto mágico había agotado el espacio entero de su alma; si alguien le hubiera preguntado su propio nombre o cualquier rasgo de su vida anterior, no habría acertado a responder. Le convenía el templo inhabitado y despedazado, porque era un mínimo de mundo visible; la cercanía de los leñadores también, porque éstos se encargaban de subvenir a sus necesidades frugales. El arroz y las frutas de su tributo eran pábulo suficiente para su cuerpo, consagrado a la única tarea de dormir y soñar.
Al principio, los sueños eran caóticos; poco después, fueron de naturaleza dialéctica. El forastero se soñaba en el centro de un anfiteatro circular que era de algún modo el templo incendiado: nubes de alumnos taciturnos fatigaban las gradas; las caras de los últimos pendían a muchos siglos de distancia y a una altura estelar, pero eran del todo precisas. El hombre les dictaba lecciones de anatomía, de cosmografía, de magia: los rostros escuchaban con ansiedad y procuraban responder con entendimiento, como si adivinaran la importancia de aquel examen, que redimiría a uno de ellos de su condición de vana apariencia y lo interpolaría en el mundo real. El hombre, en el sueño y en la vigilia, consideraba las respuestas de sus fantasmas, no se dejaba embaucar por los impostores, adivinaba en ciertas perplejidades una inteligencia creciente. Buscaba un alma que mereciera participar en el universo.
A las nueve o diez noches comprendió con alguna amargura que nada podía esperar de aquellos alumnos que aceptaban con pasividad su doctrina y si de aquellos que arriesgaban, a veces, una contradicción razonable. Los primeros, aunque dignos de amor y de bueno afecto, no podían ascender a individuos; los últimos preexistían un poco más. Una tarde (ahora también las tardes eran tributarias del sueño, ahora no velaba sino un par de horas en el amanecer) licenció para siempre el vasto colegio ilusorio y se quedó con un solo alumno. Era un muchacho taciturno, cetrino, díscolo a veces, de rasgos afilados que repetían los de su soñador. No lo desconcertó por mucho tiempo la brusca eliminación de los condiscípulos; su progreso, al cabo de unas pocas lecciones particulares, pudo maravillar al maestro. Sin embargo, la catástrofe sobrevino. El hombre, un día, emergió del sueño como de un desierto viscoso, miró la vana luz de la tarde que al pronto confundió con la aurora y comprendió que no había soñado. Toda esa noche y todo el día, la intolerable lucidez del insomnio se abatió contra él. Quiso explorar la selva, extenuarse; apenas alcanzó entre la cicuta unas rachas de sueño débil, veteadas fugazmente de visiones de tipo rudimental: inservibles. Quiso congregar el colegio y apenas hubo articulado unas breves palabras de exhortación, éste se deformó, se borró. En la casi perpetua vigilia, lágrimas de ira le quemaban los viejos ojos.
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. Juró olvidar la enorme alucinación que lo había desviado al principio y buscó otro método de trabajo Antes de ejercitarlo, dedicó un mes a la reposición de las fuerzas que había malgastado el delirio. Abandonó toda premeditación de soñar y casi acto continuo logró dormir un trecho razonable del día. Las raras veces que soñó durante ese período, no reparó en los sueños. Para reanudar la tarea, esperó que el disco de la luna fuera perfecto. Luego, en la tarde, se purificó en las aguas del río, adoró los dioses planetarios, pronunció las sílabas lícitas de un nombre poderoso y durmió. Casi inmediatamente, soñó con un corazón que latía.
Lo soñó activo, caluroso, secreto, del grandor de un puño cerrado, color granate en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo; con minucioso amor lo soñó, durante catorce lúcidas noches. Cada noche, lo percibía con mayor evidencia. No lo tocaba: se limitaba a atestiguarlo, a observarlo, tal vez a corregirlo con la mirada. Lo percibía, lo vivía, desde muchas distancias y muchos ángulos. La noche catorcena rozó la arteria pulmonar con el índice y luego todo el corazón, desde afuera y adentro. El examen lo satisfizo. Deliberadamente no soñó durante una noche: luego retomó el corazón, invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los párpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. Soñó un hombre íntegro, un mancebo, pero éste no se incorporaba ni hablaba ni podía abrir los ojos. Noche tras noche, el hombre lo soñaba dormido.
En las cosmogonías gnósticas, los demiurgos amasan un rojo Adán que no logra ponerse de pie; tan inhábil y rudo y elemental como ese Adán de polvo era el Adán de sueño que las noches del mago habían fabricado. Una tarde, el hombre casi destruyó toda su obra, pero se arrepintió. (Más le hubiera valido destruirla.) Agotados los votos a los númenes de la tierra y del río, se arrojó a los pies de la efigie que tal vez era un tigre y tal vez un potro, e imploró su desconocido socorro. Ese crepúsculo, soñó con la estatua. La soñó viva, trémula: no era un atroz bastardo de tigre y potro, sino a la vez esas dos criaturas vehementes y también un toro, una rosa, una tempestad. Ese múltiple dios le reveló que su nombre terrenal era Fuego, que en ese templo circular (y en otros iguales) le habían rendido sacrificios y culto y que mágicamente animaría al fantasma soñado, de suerte que todas las criaturas, excepto el Fuego mismo y el soñador, lo pensaran un hombre de carne y hueso. Le ordenó que una vez instruido en los ritos, lo enviaría al otro templo despedazado cuyas pirámides persisten aguas abajo, para que alguna voz lo glorificara en aquel edificio desierto. En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó.
El mago ejecutó esas órdenes. Consagró un plazo (que finalmente abarcó dos años) a descubrirle los arcanos del universo y del culto del fuego. Íntimamente, le dolía apartarse de él. Con el pretexto de la necesidad pedagógica, dilataba cada días las horas dedicadas al sueño. También rehizo el hombro derecho, acaso deficiente. A veces, lo inquietaba una impresión de que ya todo eso había acontecido. . . En general, sus días eran felices; al cerrar los ojos pensaba: Ahora estaré con mi hijo. O, más raramente: El hijo que he engendrado me espera y no existirá si no voy.
Gradualmente, lo fue acostumbrando a la realidad. Una vez le ordenó que embanderara una cumbre lejana. Al otro día, flameaba la bandera en la cumbre. Ensayó otros experimentos análogos, cada vez más audaces. Comprendió con cierta amargura que su hijo estaba listo para nacer—y tal vez impaciente. Esa noche lo besó por primera vez y lo envió al otro templo cuyos despojos blanqueaban río abajo, a muchas leguas de inextricable selva y de ciénaga. Antes (para que no supiera nunca que era un fantasma, para que se creyera un hombre como los otros) le infundió el olvido total de sus años de aprendizaje.
Su victoria y su paz quedaron empañadas de hastío. En los crepúsculos de la tarde y del alba, se prosternaba ante la figura de piedra, tal vez imaginando que su hijo irreal ejecutaba idénticos ritos, en otras ruinas circulares, aguas abajo; de noche no soñaba, o soñaba como lo hacen todos los hombres. Percibía con cierta palidez los sonidos y formas del universo: el hijo ausente se nutría de esas disminuciones de su alma. El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis. Al cabo de un tiempo que ciertos narradores de su historia prefieren computar en años y otros en lustros, lo despertaron dos remeros a medianoche: no pudo ver sus caras, pero le hablaron de un hombre mágico en un templo del Norte, capaz de hollar el fuego y de no quemarse. El mago recordó bruscamente las palabras del dios. Recordó que de todas las criaturas que componen el orbe, el fuego era la única que sabía que su hijo era un fantasma. Ese recuerdo, apaciguador al principio, acabó por atormentarlo. Temió que su hijo meditara en ese privilegio anormal y descubriera de algún modo su condición de mero simulacro. No ser un hombre, ser la proyección del sueño de otro hombre ¡qué humillación incomparable, qué vértigo! A todo padre le interesan los hijos que ha procreado (que ha permitido) en una mera confusión o felicidad; es natural que el mago temiera por el porvenir de aquel hijo, pensado entraña por entraña y rasgo por rasgo, en mil y una noches secretas.
El término de sus cavilaciones fue brusco, pero lo prometieron algunos signos. Primero (al cabo de una larga sequía) una remota nube en un cerro, liviana como un pájaro; luego, hacia el Sur, el cielo que tenía el color rosado de la encía de los leopardos; luego las humaredas que herrumbraron el metal de las noches, después la fuga pánica de las bestias. Porque se repitió lo acontecido hace muchos siglos. Las ruinas del santuario del dios del fuego fueron destruidas por el fuego. En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. Por un instante, pensó refugiarse en las aguas, pero luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.

lunes, 22 de junio de 2009

Critica de Manuel Perez Subirana a la BArca enterrada

Como algunos ya saben, no es el primer libro de Gabriel Moreno que presento. Este que presentamos hoy es para mí el mejor libro que ha escrito hasta el momento, lo cual no es poco, teniendo en cuenta la calidad de los anteriores. No lo recuerdo, pero es posible que dijera algo parecido de los otros dos libros que presenté, pero eso lo único que evidencia, a parte de mi afán de repetición, es que su poesía se va perfeccionando cada vez más con cada nuevo libro. Perfeccionándose y, sobre todo, haciéndose cada vez más ambiciosa.
El tema de este nuevo libro, el eje alrededor del cual giran todos los poemas, es el mar, pero, evidentemente, no se trata aquí sólo de describir o de exaltar la naturaleza, sino de utilizar el mar como metáfora de nuestras propias vidas. El mar utilizado un poco a la manera del dilema hamletiano del ser o no ser. Porque, qué es preferible, quedarse en la orilla contemplando la fuerza arrebatadora de las aguas, disfrutar de las comodidades y de las ensoñaciones del hombre sedentario y correr así el riesgo de acabar promoviendo la pestilencia del que no actúa, como se dice en el verso de Blake con el que se abre el libro, o dejarse llevar por el mar, por sus promesas de aventuras y de nuevos destinos, aceptando entonces el riesgo de sucumbir a los peligros y de ser engullido por su propio abismo. Esta duda, este diálogo entre la tierra y el mar, entre la posibilidad del viaje y la necesidad de un hogar, entre el arrebato y el temor, entre el hombre de acción y el hombre contemplativo recorren todo el libro. El poeta, y con él el lector, en un intento por encontrar una respuesta a esa disyuntiva, se convierte sucesivamente en puerto, en barca, en tempestad, en faro, en lluvia, en playa, en viento, en mañana, en horizonte, en pájaro, en acantilado…, y cada una de esas posiciones le revela respuestas distintas, respuestas que parecen fluctuar por las páginas del libro con el vaivén de una ola marina. Ese recurso de contemplar el mar desde todos los puntos de vista le permite al autor ahondar en la complejidad del dilema, y diseccionar las contradicciones ante las que todo ser humano se encuentra. Porque, al final, lo cierto es que solemos desear lo que no tenemos. Y así como el que está en la orilla sueña con lanzarse al mar y dejarse arrastrar por él, el que está en alta mar con lo que sueña es con regresar pronto a puerto. No es de extrañar, por tanto, que estos poemas destilen cierta melancolía, la melancolía de saber que, se haga lo que se haga, siempre nos quedará la sensación de que hemos perdido algo. Esa multiplicidad de perspectivas de la que hablaba, le permite también al autor crear un relato complejo y al mismo tiempo tremendamente compacto, inusualmente compacto para un libro de poesía. Y ése es quizá uno de los rasgos más llamativos de La barca enterrada. La impresión que yo tenía al leerlo, y la impresión que me queda cada vez que recuerdo su lectura, es de que se trata de una poesía casi cinematográfica o novelística, pues existe aquí, no tanto un argumento, pero sí un flujo coherente, un camino que se va haciendo a medida que pasas las páginas y que va generando una imagen, una representación móvil como la que se instala en la cabeza de quien ve una película o lee una novela. Es decir, más allá de las imágenes concretas que conforman cada poema, imágenes que como siempre en su poesía son de una fuerza arrolladora, más allá de esas imágenes concretas, el conjunto del libro va generando una imagen que lo supera y lo sobrevuela, y que acaba dotando al libro no sólo una coherencia sino también una especie de trama, una trama sin argumento, un poco como lo que ocurre en las novelas de Benet, en las que son el propio lenguaje y el propio estilo los que acaban alimentando la expectativa del lector.
Se habla bastante últimamente de la necesidad de adaptar el lenguaje poético a los nuevos tiempos, de conectar la poesía con la actualidad. Este debate, que sin duda resulta muy interesante, puede sin embargo hacernos caer en la tentación de desvirtuar el universo poético haciendo pasar por poesía lo que no es más que un juego artificioso, una especie de coquetería graciosa pero absolutamente hueca. La utilización de referentes contemporáneos o la incorporación y exaltación del frikismo, por ejemplo, no garantizan por sí solos el acceso a la última realidad que nos vive. En ese sentido, para mí, este libro es un ejemplo de cómo con un esfuerzo escrupuloso y honesto y exento de cinismo se puede conseguir que los grandes temas, los temas esenciales que han ido repitiéndose a lo largo de toda la historia de la literatura, sigan resonando ahora con una música nueva, sin solemnidad ni aburrimiento.
En fin, en todo caso, todo esto que he dicho, como siempre ocurre cuando se pretende comentar un libro, tiene muy poca importancia y seguramente poco sentido, pues, al fin y al cabo, cada lectura que se hace de un libro es personal e intransferible. Así que, por una vez, y es curioso que me ocurra precisamente en un lugar como éste, me siento un poco identificado con Aznar cuando, tras finalizar su discurso en la ONU, dijo aquello de “Vaya coñazo les he soltado”.

lunes, 8 de junio de 2009

sábado, 4 de abril de 2009

Mid-Town

Mid-Town

Ven, marcha conmigo esta noche,
levantemos el polvo,
dejemos nuestra carga,
un pueblo en el desierto
es una isla de esperanza.
Buitres, putas, guitarras;
el olvido nos congregó
para exaltarnos.
Si he de desaparecer
que sea cantando.

Ven, que nos vean los posmodernos,
que atrapen nuestros pájaros,
que burlen nuestro sueño,
alguien ha de hablar
para brindarnos un silencio.
Miedos, recuerdos, tiempo,
buscamos el perdón
en la falda del espacio.
Si hemos de perder
que sea cantando.

Ven, avisa a todo lo que importe,
alejemos la frontera,
instiguemos la distancia,
una casa en la arena
es un faro de esperanza.
Duelos, bandidos, visionarios,
la soledad nos invita
a conquistarnos.
Si he de permanecer
que sea cantando.

lunes, 23 de marzo de 2009

alone again

Alone Again

Cómo un gramófono,

cómo el disco vencido

que sigue girando.

Cómo la antigüedad,

como un fogón obsoleto

sin más aparente propósito.

Cómo un poema rimado

cómo escribir de amor

para las revistas literarias.

Cómo creer en algo;

un recuerdo, un compás,

cómo seguir soñando.

Cómo el vino rancio,

cómo el hombre que toca

el violín para si mismo.

Cómo los grandes maestros,

cómo el alfarero, la puta,

cómo el capitán.

Cómo la biblioteca itinerante,

cómo el circo, cómo el acróbata

ensayando sus tropiezos.

Cómo una carta entre viejos amantes,

cómo el juguete del niño

olvidado en el patio.

Cómo el abanico negro,

cómo las botas de invierno

en el Agosto ardiente.

Cómo el puñal republicano,

cómo la bicicleta azul

de los abuelos falangistas.

Cómo una anticuada canción,

cómo la voz inmemorial

del primer reformista.

Cómo el caballero loco,

cómo el espejismo,

cómo un gran establo

en tiempos de guerra,

he sido abandonado,

por todo lo que amé,

por carecer,

cómo un barco de papel,

de tus empeños.

miércoles, 25 de febrero de 2009

la lluvia y la barca












La lluvia y la barca

La lluvia: Cada materia, cada cuerpo, cada piel recibe la lluvia con desigual talante. La arena succiona, el mar rebota, los puertos resbalan. Caer sobre ti es como caer sobre un pozo –un lejano eco nos avisara de tu dolor. Estas cosas pasan cuando se rebelan los objetos y en un playa aparecen intemperies no aptas para la lluvia. Aun así no seré yo a juzgar tu encomienda, seguiré cayendo aunque sufra tu piel desguarnecida.

La barca: No te inmutes, tú que crees intuir mi sufrimiento. Si has de caer, cae. Cae con el impulso que guardas para atormentar los trópicos. Yo no he vivido para morir bajo tu ceño. Caprichos climáticos, crueles estaciones; un ciclo de desplantes para acobardar a los hombres, -dios mandó el diluvio para fecundarnos de temores panteísticos. Si has de caer, cae, yo tengo trescientos codos de longitud para salvar mis pensamientos.

La lluvia: Pobre voz de sobrecrecida consciencia, tu cuerpo redondeado y cóncavo hace un charco de mis llantos. Yo nací para fluir, para fundirme libre entre otras aguas. ¿Crees que me complace estancarme sobre tus laminas? Emanando humedad, oxido, pestilencia. Ni siquiera la oscilación acompaña tu pleito, enclaustrado en la sumisión de las derrotas. Siento el hedor que suscitan tus lamentos.

La barca: Tú, paradigma del propósito, engendrada por fábulas y dioses, ¿qué sabrás tú del suplicio de los náufragos? Cada día en la materia, cada día alimentando la tierra que hizo polvo de mis pasos. ¿Con qué profundidad conoces tú la perdida? La humedad que se extiende con su baño de recuerdos.

No, tú no preguntas nada, te basta un buen chubasco. Después, escondida tras las nubes, aguardas una nueva oportunidad para regar mis fracasos.

La lluvia: Mi regazo no alimenta cerebrales descontentos. Si detuvieras tu soberbia, entenderías la abundancia. Ahora es demasiado tarde; enajenado del mundo, te estremeces con memorias y visiones. Ahí, sentado frente al mar, apadrinando el color de las piedras, maldiciendo esa vela que aviva el viento con la misma efusión de antaño.

La barca: Ningún solevantado aire me trajinó a esta orilla. Poco heroica fue mi leandrosidad mas llegué solo y golpeando. Si, ahora es tarde y deseo, sin que ningún Dios desprenda la sal de su venganza, poder mirar atrás.

La lluvia: Presuntuoso fardel, tu fatídica estela. Mirar atrás es como arrastrar un desvencijado buque sobre una montaña de escombros. Orfeo perdió su mujer la cual que había amado, tú lo perderás todo.

La barca: Delirio exhibicionista, tu eterno caer. Yo caí por amor, por poblar mis miembros con descomedidos sentimientos. Cada día que tú caes, se cierra una ventana.

La lluvia: Pedantería histriónica, asemejarme al liquido amargo de tus lagrimas.

La barca: Acida petulancia, exhortar el fin de mis recuerdos.

martes, 17 de febrero de 2009

la mañana







La Mañana

Ha una corona di freschi pensieri,

Splende nell’aqua fiorita.

Giuseppe Ungaretti


¿Veis la luz que en la lejanía se esparce?

esa soy yo.

Ya amainó la tormenta,

su excitación reducida a una mera nube negra,

si me preguntaseis ¿qué paso?

os diría que no me acuerdo,

la noche sublevó indóciles demonios,

yo, una vieja madre hastiada de regaños,

giré la cara y limpié los desperdicios.

No es que no me importéis,

más bien lo contrario,

cuando pienso en vuestras vidas

hambrientos pájaros colman mis visiones,

mas no soy ingenua y no aprenderéis,

seguiréis colisionando los unos contra los otros.

Cada mañana, desvelando el horizonte,

¿cómo pensáis que me sentí?

historia tras historia,

amores de bricolaje,

tantos hombres y mujeres atosigándose,

al final yo también desistiré,

si no sabéis amaros

¿para qué otra mañana?

sábado, 14 de febrero de 2009






Las Bañistas

Toda mujer quisiera

en una noche encapotada y fiera

estarse a solas abrazando el mar.

. Eduardo Marquina


Cuando desvanece el sol

y a solas la inmensa playa

sus largas piernas estira,

surgen las bañistas,

-mujeres crustáceas

magnetizadas por la luna-


Emergen de la ciudad

en ringleras silenciosas,

Relumbran sus pieles

en la arena trasnochada,

enamoradas del mar

y el chispeo de los astros,

como perlas vespertinas

o la espuma blanca.


To reach the sea, that timeless song

To sway my mind that strays along

I need my skin to turn to froth

To treat the scars that men bring forth

And if I drown before the dawn

I’ll turn my grief to ocean spawn

I strive for waves to bring the calm

That clear in death was shown to man

I pray the sea my time to take

And turn my dreams to ocean wakes.

When all is lost in worldly chore

Our ease we´ll find upon the shore.


Depositan sus miembros

en el agua helada,

allí donde se refleja

la luna altiva,

en días de calma

o tempestad revoltosa,

las bañistas penetran el mar

para empaparse de esperanza.

eugenio viola












Eugenio Viola

Crucificadme junto al mar

clavad mis tobillos, atornillad mis muñecas,

mi cuerpo esconde la historia de mi alma,

sacadme la voz a latigazos.


Testigos míos sois todos,

vine aquí para afligir mis miembros,

si ya no siento, donaré al mundo

dolor y el vino de mi sangre.


Crucificadme junto al mar,

que reposen sobre mí las aves solitarias,

si no amaron mis ojos

que sustenten a los pájaros.


Traedme una túnica escarlata,

un hábito rojo que decore mi espalda,

si he de morir, moriré gallardo,

ardiente y alto como el cielo malva.


Crucificadme junto al mar,

acercad la lanza a la puerta de mi costado,

antes de que la marea se levante,

acabad YA con la calumnia de mi carne.

jueves, 12 de febrero de 2009

la barca enterrada







El puerto

No hallo interés en la barca,

ese amasijo altivo de madera inerte,

al menos tú, al transmutar el cielo,

cultivando románticos pensamientos,

levantabas la vista, transitabas el mar,

buscabas tierras menos huérfanas.

¿Qué hizo la barca?

Estaciones enteras rezagada sobre la arena,

su ya hinchado vientre expandiéndose,

No. No basta haber vivido.

Un artificio diseñado para trasegar el hombre,

no un contenedor,

Decídeme ¿por qué os lamentáis?

¿por qué hacer respaldo de su costado?

un hombre arrastra siempre su ventura,

¿por qué no un barco?

la pintura consumida de su nombre,

la lúgubre lección del tiempo,

la infame burla del temor.

No, no hallo interés en la barca,

es cobarde y triste su designio,

aun los pájaros marinos se ahuyentan:

baten el aire con sus remos blancos,

desatan ondas de esperanza.

viernes, 6 de febrero de 2009

Writer's minor holiday

No hay nada

pienso

nada nuevo

que escribir.

Escribo versos

rotos

y olvido

que añoro

ser poeta

digno

de morir.

No hay nada

pienso

nada nuevo

que escribir,

sólo escribo

para cuando

tú me encuentres

tenga menos

que explicarte.

slowness

Has llegado tarde

Demasiado tarde

Ya no hay tiempo

Nada de tiempo

Estoy blando

Ya no sueño

Has tardado tanto

Tan, tan, tanto

Podridamente tanto.

Has llegado tarde

Jodidamente tarde

Ya no sueño

Ya no tengo empeño

Quiero únicamente

Que me abandonen

En un barco y después

Inciten la corriente.

Has llegado tarde

Demasiado tarde

Tan, tan tarde

Tan podridamente tarde

Que ahora que has llegado

Solo me queda amarte.

fractured air

Esto es un desmadre,

todo el pueblo arde, arde.

En el ático el diablo tiembla

el techo de la casa se desmiembra

se desmiembra, llamen a alguien que no sea funcionario.

Nadie debería estar solo,

Nadie debería,

En una noche como esta,

Nadie debería estar solo.

Esto es un casino,

Traigan humo y vino, vino,

Ese ángel está muy fuera de lugar

debería olor a ángel y no a cigarro de liar,

de liar, si llamas a alguien que sepa entreteneros.

Nadie debería estar solo,

Nadie debería,

En una noche como esta,

Nadie debería estar solo.

Esto es un desastre

Desde el día que me amaste, maste,

Traed a ese niño y haced que ya no rece,

no ha sido amor sino el sueño que lo mece,

mece, si llamas a alguien que no sea un intelectual.

Nadie debería estar solo,

Nadie debería,

En una noche como esta,

Nadie debería estar solo.

domingo, 1 de febrero de 2009

el gatillo for calexico

Este es mi paraje,

el atardecer rojizo

en las llanuras de Cambera.

Tengo necesidad de un horizonte,

un contorno circular

entre montículos de arena.

Quiero que alguien silbe,

Que el prófugo descanse,

Que Betty la mesonera

se ajuste las medias,

Quiero polvo,

Quiero sueño,

Quiero un amanecer

vacío de memoria,

Quiero cuervos,

Quiero viento,

Quiero el árbol desnudo,

la luz de la piedra,

Quiero que la tierra se abra,

Que me reciba como agua

Quiero humedecerme

con los ríos subterráneos,

Quiero lobos aullando,

Quiero un coro de lagartos,

Quiero escuchar tu gatillo

demasiado tarde.

viernes, 30 de enero de 2009

La casa de valparaíso based on the album carried to dust, calexico

Es como un desierto habitado,
conchas, algas, cartas,
la isla negra es la casa de un sueño,
llámame cuando enloquezcas,
cuando se confundan tus sentidos,
nos perderemos en Valparaíso.
Es como volver a la infancia,
el viejo marinero que nos honra
con las sienes rebosando historias,
su aliento de mar y la pipa de niebla,
el mundo gira hacia el sur, las olas lamen,
tu luna en la ventana, la luz que nombra;
verde, azul, negro, madre-perla,
cada mar es el matiz de un sueño,
hay hombres que aman el tiempo
como una fuente de añoranza.
Nos pondremos boinas, fumaremos,
hierba, espuma, troncos, aire,
es como entrar en un vientre,
esperar el deslumbramiento,
sincronizar el pulmón marino,
como una ballena grande,
abandonar nuestro aliento
y el vaivén oficinista.
Llámame cuando te confundas,
cuando tus medias no se correspondan,
llámame entonces, para reservar un lugar,
en la casa de Valparaíso.

inspiración for calexico

He intentado olvidarte

ahora que estoy cambiado

me recuerdas mis pasos

torpes tropiezos de hombre.

En ti lo reconozco,

soy un gran alarde falso

más allá de tus reflejos

jamás sabré hallarme.

La mujer de sueños gordos

como embarazo de luna

no desea que le cuente

que me mecen tus brazos.

Llegará mi abandono

lo único que me libre,

si no soy nada nuevo

será que no te escucho.

He intentado olvidarte

porque el norte lo demanda

me recuerdas mis pasos

el camino hacia tu nombre.

miércoles, 28 de enero de 2009

falling from sleeves for calexico

¿Añoras lo bello?

recojo las sobras

que caen de tus mangas,

soy un rastrero,

odio la mirada subjetiva,

me niego a creer

que mi yo más audaz

no habita en tus bailes.

¿Añoras lo bello?

siento el pigmento rojo

que dejó tu dolor

en la faz de los cuadros,

soy un rastrero,

odio la mirada subjetiva,

los grandes maestros

vivieron para emocionarnos.

¿Añoras lo bello?

escucha esta canción,

será nuestro naufragio,

con cada acorde mayor

celebro que existes,

soy un rastrero,

odio la mirada subjetiva,

copos de nieve

caen de tus mangas.

domingo, 25 de enero de 2009

victor jara's hands for calexico


Ya no tengo miedo

vuestra decrepitud me hizo amar mi canto

derrumbaréis mi sueño y el puente de mis manos

como un perro entraré solo en la noche solitaria

pero America sabrá que entré cantando.



Ya no tengo miedo

flores rojas alumbran el desierto de Atacama

motearéis el paraje urbano con agencias y negocios

haréis de mi morada una operación inmobiliaria

yo haré de mis piernas mi última almohada.


sábado, 24 de enero de 2009

Contention city for calexico

Es como una cuerda,

una hebra nos acerca

un encaje nos distancia;

damos lugar al embalaje.

mejor la contención,

un suspiro hacia dentro

Diminutos saltos

casilla negra, casilla blanca

lo que nos une

es todo lo que nos falta

mejor la contención,

un suspiro hacia dentro.

Como un juego de figurillas,

miembros y bases rotas,

extrañamente adjuntos

por un buen negocio,

mejor la contención

un suspiro hacia dentro.

Manos rasgadas,

en las trenzas de las formas,

he de volver a nacer,

para llegar a ti

mejor la contención

un suspiro hacia dentro.

Ciudad de la contención,

hipérbole del enclaustro

he donado mi palabra

al vacío de tus entrañas,

mejor la contención

un suspiro hacia dentro.

sarabande in pencil form for calexico

Todo está oscuro

toma mi mano

para el último compás.


Humildes propósitos

jóvenes silencios

ya no nos pertenecen.


La carne viste el tiempo

pasaremos nuestros genes

en canciones y versos.


Antes de la huida,

deja que te informe

viví para impactarte.


Todo está oscuro

toma mi mano

para el último compás.

man made lake for calexico

Doy vueltas alrededor de un lago

que no es un lago, me llamas

con tus manos que ya no son

tus manos, me siento compuesto,

configurado por vagos recuerdos

que no son mis recuerdos sino

sueños de un ser que fue hombre

cuando yacía entre tus brazos

que ya no son tus brazos, sino

anclas de un hombre, espurio

de amante que duerme cercano

a tu pecho que no es tu pecho

sino falsa almohada de otro

que no es otro mas que vaho

que espiran las noches sin ti,

la voz ronca que me recuerda

que una vez pronuncié tu nombre

que ya no es nombre sino hueco,

un pozo negro y hondo que ahoga

mis pensamientos que ya no son

mis pensamientos sino una niebla,

una nube que conquista el lago

que no es un lago sino tiempo

un tiempo lento y gordo que simula

con disfraz de estancamiento

la última voluntad de nuestro río.

viernes, 23 de enero de 2009

two silver trees for calexico

Lo último que vi,

demarcando el horizonte,

dos árboles plateados.

La tierra envenenada

el paraje insólito

de un desierto oscuro,

bajo un cielo desganado

la guitarra araña el aire.

Tu memoria frágil

de cría de pájaro

el tiempo nos deshace

sin grandes alardes.

Dos árboles plateados

antes de la noche

abonados al frío,

la tristeza dominical

de un pueblo solitario.

Rasgueo de serpientes,

amamos el pecado más

que a nosotros mismos,

fuimos los cuervos

de nuestro afecto,

esperamos el final

para tragar los desperdicios.

Campo de piedras,

descampado gris

tregua de estaciones,

los escorpiones se acercan

con su látigo de muerte,

ahora el tiempo claudica.

Lo último que vi,

demarcando el horizonte,

dos árboles plateados.

la frontera

Ni vuestro tiempo, ni vuestro espacio,

yo fundé mi propio palco en la frontera.


Este es mi paraje, una estría de trompetas

y guitarras, un buen lugar para el anuncio;


Los pájaros emigrantes no viajan,

Huyen del este,

trajinados por sus miedos.


Más que nada temí perteneceros,

alzar una bandera en un nombre ajeno,


Tierra, patria, padre, nación, estado,

techos de palabras que aun me ensombrecen,


La identidad es una ficción pactada,

la historia maquinó la forma,

el hombre país huía de la angustia.


Dejadme aquí sentado en la frontera,

inmóvil en este tiempo lento y huero


solo quiero un árbol y mi sombrero,

la única manera de conquistar la sombra.

martes, 20 de enero de 2009

salgamos de españa

Miranda es un pensamiento circular

para Ilaria Barone

My dear one is mine like mirrors are lonely.

W.H Auden

Es un pensamiento circular,

como decir vuelvo,

me encuentro dando vueltas

en una ronda de brujas,

a la izquierda te tengo

a la derecho te pierdo,

brincamos alrededor de un fuego,

es nuestro único espejo,

estamos solos porque nos queremos,

porque no hay lugar para nosotros.

Es un pensamiento circular,

Ferdinando volvió al trabajo,

dejó su espada en la mesa,

cada mañana compra flores,

las deposita en un jarro

sin saber muy bien porque.

Es un pensamiento circular,

cuanto estoy solo

veo en ti una hacienda,

un feudo que me pertenece

sin saber como habitarlo,

hay campos, prados, ríos,

un cerro firme como un trono,

miles de alegres luciérnagas

sincronizadas con tus sentimientos,

(amo a Miranda porque es como una mascara,

la amas cuando te hace desaparecer).

Es un pensamiento circular,

estarás siempre donde añorabas,

en ese lugar del tiempo donde siempre vuelvo,

tú me despertaste con un beso,

dibujaste un círculo,

My dear one is mine like mirrors are lonely

y la alta colina verde yace siempre junto al mar.

sábado, 17 de enero de 2009

ars poetica

A falta de religión

el hombre adopta la poesía.

Nos place el ingenio y sus acertijos

pero la poesía es el sueño del hombre,

no de la palabra.

Al este está el recuerdo, al norte la razón,

el sur contiene instintos y el oeste alimenta los sentidos,

en el eje central de la rosa de los vientos

está tu ausencia desde donde nace el verso.

El hombre que no sabe cantar,

no sabe de poesía,

si hay algo que derruye el poema

es la jactancia de hombre.

El tiempo existe en la creación

como paciencia no como tiempo.

La poesía no existe en corrientes,

el hombre que escribe por tendencia

se condena por ignorancia, al olvido.

Escuchar a un verdadero poeta

es cómo acercarse al mar,

la disolución del hombre

es el deber del poeta.

No hay lugar mejor para el verso

que entre el silencio de grandes pensamientos.

La creencia engendró mártires y mitos,

la poesía crea desde el mito

una ficción de hombres expectantes.

martes, 13 de enero de 2009

Ernesto Ragazzoni

L’isola del silenzio

C’era una volta un’isola

arcana, fra le rosse

acque d’un triste oceano

sperduta. Non so piú

sotto a che latitudine

od in che mar si fosse,

ma credo dovesse essere

al sud... certo laggiú...

perché vi si attorceano,

come serpenti, i nodi

delle lïane. E l’agili

palme salienti al ciel,

tessendo ombre lunghissime

pei clivi e sugli approdi,

spargean attorno un balsamo

di resina e di miel.

Tra i cacti e le magnolie

dormiano gli oleandri,

l’agavi protendevano

le braccia agli aloè.

Ma, fra le nozze splendide

dei rami, in quei meandri,

giammai non si vedevano

orme d’umano piè.

Miriadi di mammole,

come occhi di fanciulle,

spiavano tra gli alberi

indarno un passegger.

Perché quell’era l’Isola

del Silenzio e mai sulle

mute sue rive l’àncora

calarono i nocchier.

L’aura appassita, al vespero

cadendo sulle cose

(Oh, che purpureo incendio

di rose era laggiú!)

non risvegliava un murmure;

nell’afa, accidïose,

illanguidivan l’anime

degli echi e le virtú

dei suoni. Il suolo torrido,

(su cui parea premesse

l’incubo inesorabile

d’una maledizion)

non racchiudea che l’alito

dei fiori e le promesse

dei fiori e non un cantico

non una voce, non

un trillo... un grido, un fremito

di vita. Nel metallo

del mar, cadea l’immobile

vampa di strani fior.

E i fiori erano rigidi

petali di corallo,

e il sol parea, tra gli alberi,

come una lama d’or.

Cosí dormono i fulgidi

sogni nel mio pensiero:

Isola del Silenzio,

niuno vi penetrò.

E i balsami vi muoiono

come in quel cimitero

di fior, lungi dagli uomini,

che il mar dimenticò.

L’illa del silenci

Hi havia una vegada una illa

secreta, entre les roges

aigües d’un trist oceà

perduda. No sé pas

sota quina latitud

o en quin mar estaria,

però crec que deu ser

al sud... certament allà baix...

perquè allí s’hi retorcen,

com serps, els nusos

de les lianes. I les àgils

palmes imponents al cel,

teixint ombres llarguíssimes

per les llomes i sobre els molls,

vessen al voltant un bàlsam

de resina i de mel.

Entre els cactus i les magnòlies

dormien els baladres,

les atzavares estenien

els braços cap als àloes.

Però, entre les noces esplèndides

de les branques, enmig d’aquells meandres,

mai més no s’hi van veure

petges de peu humà.

Miríades de violetes,

com els ulls de les noies,

espiaven entre els arbres

en va algun passatger.

Perquè aquella era l’Illa

del Silenci i mai sobre les

seves mudes ribes van

tirar l’àncora els barquers.

L’aura pansida, al vespre

caient sobre les coses

(Oh, quin purpuri incendi

de roses hi havia allà baix!)

no desvetllava un murmuri;

en la xafogor, mandroses,

bé llanguien les ànimes

dels ecos i les virtuts

dels sons. El terra abrusador,

(damunt el qual semblava que es premés

el malson inexorable

d’una maledicció)

no comportava que l’alè

de les flors i les promeses

de les flors i no un càntic,

no pas una veu, no

un trinat... un crit, un estremiment

de vida. En el metall

del mar, queia l’immòbil

flama d’estranyes flors.

I les flors eren rígids

pètals fets de corall,

i el sol semblava, entre els arbres,

com una fulla d’or.

Així dormen els fulgents

somnis en el meu pensament:

oh, Illa del Silenci,

ningú no hi va penetrar.

I els bàlsams hi moren

com en aquell cementiri

de flors, allunyades dels homes,

que la mar va oblidar.


Prólogo

Para entender la poesía de Ernesto Ragazzoni (Orta Novarese, 1870 - Turín, 1920) hay que recordar que, como comenta su sobrino Giovanni Ragazzoni, cuando le dolían los pies, Ragazzoni caminaba por la ciudad en pantuflas y en pantuflas asistía a estrenos teatrales y conferencias universitarias. Profundamente enamorado de la poesía de Poe y otros grandes de la literatura americana, inglesa y francesa, Ragazzoni buscó la excelencia artística de su obra dentro de un marco sarcástico y burlesco que, aun utilizando modelos de la poesía clásica italiana, huía de toda corriente, de todo movimiento literario y cultural de su época. No es de extrañar que estando fuera de los círculos de la «élite artistique» y habiendo sido descrito como un «provocador nato», su figura no entrara en la siempre discutible selección de los «grandes poetas» de la historia literaria. Sin embargo, como demuestra esta selección de algunos de sus versos más característicos, Ragazzoni escribía desde la más lograda, suspicaz, sincera y divertida iluminación.

Hombre culto, alevoso, íntegramente no conformista y bebedor, Ragazzoni muestra su inabarcable apuesta por el individuo libre en poemas como I bevitori di stelle, donde, embriagados de astros, los protagonistas de su fábula poética que bajan al río a beberse el reflejo de las estrellas, vociferan los ideales con los cuales se han llenado la barriga. Es fácil imaginar al propio Ragazzoni en estado de embriaguez haciendo gárgaras con el consumido líquido de estrellas, gritando al mundo que se apaguen las máquinas, el mercado de valores, las mansiones de los burgueses. Ragazzoni era un travieso agitador pero no un bufón, sus poemas están escritos bajo la más cuidada perfección artística. La métrica es inmejorable y su uso de la rima inteligente y consagrado. Sonetos como I viali irrigiditi o Il viaggio d’Isotta muestran su relación de delicado mimo estilístico con las formas. En poemas como Rose sfogliate el poeta fusiona esta comunión con su característico ingenio y un profundo sentimiento grisáceo de nostalgia que acompaña la mayoría de su obra, una sensación evidente incluso en sus textos más burlescos. El poeta muchas veces ríe porque no puede tomar el mundo en serio ni al puñado de ridículos que lo rigen. En 1901, bajo amenaza de despido del periódico La Gazetta de Navara, donde trabajaba en calidad de director, se acusa a Ragazzoni de no haber hecho ni siquiera una sola cosa seria en su trabajo. Él responde: «Yo únicamente trato con la gente seria, pero como nunca los encuentro me burlo de la nariz de todos... Empezando con aquellos que me sermonean». Poemas como L’isola del silenzio revelan la sensibilidad y la contundencia del poeta, imágenes fantasmales de una isla deshabitada delinean en tono grave las enredadas profundidades de un espacio exento de pisadas de hombre. El paisaje oscuro, abandonado, que recuerda las mansiones derruidas de los cuentos de Poe, es un lugar idóneo para entender otros aspectos más existenciales del poeta. En este espectro se encuentran poemas como Nuvole o Nostalgia, textos que también destacan por su original selección de imágenes y perfección métrica y musical.

Más aun, lo que más sorprende de este autor es la capacidad de fluctuar, con la misma majestuosa clase y cordura, entre el sarcasmo y la sombra, el excentricismo y la sensatez, el surrealismo y la cruel realidad. Es esta alquimia de técnica, lucidez y burla que fascina al lector y lo revela como un personaje único de la historia reciente italiana. Dentro de la obra ragazzoniana se recoge un abanico amplio de temas y estilos que el autor funde en su gran cazuela de magia poética para producir imágenes y versos imposibles de parangonar. Mago de la exquisitez fónica y lingüística, la rima inusual y el descaro, su vida estuvo marcada por su desparpajo personal y sarcasmo literario, actitud que le llevó a conflictos laborales, como sucedió con su polémico relato de un accidente de tren plasmado en el poema Poesia nostalgica delle locomotive che vogliono andare al pascolo, ovverosia la rivelazione delle oscure cause di tanti disastri ferroviari… Debido a este polémico poema el poeta fue expulsado del La Gazzeta di Navara. También en su faceta de periodista Ragazzoni desempeñó un papel denunciador y critico frente al sistema y frente a lo que él denominaba «le cattive abitudini», las malas costumbres de la burguesía. En una edad donde la máquina, el comercio, las normas del «civismo», la falta de ideales, la mediocridad y las máscaras amenazaban con descarriar el tránsito del hombre en el mundo, el poeta apelaba al arte, la aceptación de la diversidad y complejidad del individuo, el desplante y la coherencia para mediar una válvula de escape.

Regazzoni huyó de la apatía y comodidad de la vida burguesa, no ejerció como un escritor excesivamente interesado en el éxito. Prefería la magia, el libertinaje, la diversión y el ocultismo de tal manera que posiblemente no destaparía demasiadas botellas por esta publicación. Sin embargo, conocido o no, la historia complacerá las demandas que él proclamaba. «Cuando muera —decía— no me tratéis como un hombre de éxito cualquiera». Definitivamente no será recordado como un hombre cualquiera y esta selección de algunos de sus poemas más característicos así lo certifican.

Con esta edición bilingüe italiano-catalán, Editorial Ómicron apuesta por dar voz a un autor poco difundido dentro y fuera de Italia y brinda al lector, en primicia, una oportunidad única de degustar el ingenio y la magia de una antología que recoge algunos de los mejores poemas de su recorrido literario desde finales del siglo xix a principios del siglo xx.

martes, 6 de enero de 2009

gibraltar

Volver a Gibraltar es como volver a un sueño. El orgulloso peñón de cuello alto revela su imagen desde las carreteras serpenteantes de la costa de Estepona. Mark lo miraba consternado, jamás hubiera esperado sentir afecto por un trozo de piedra. Después de todo los quince años de ausencia habían modificado la genética de sus sentimientos y lo que antes le produjo tristeza y consternación ahora se mostraba una fuente de nostalgia y cálida familiaridad. La mañana era soleada, fría y clara, el mediterráneo un mar apacible y domado yacía inmóvil y soñoliento en su merecida estación de ocio. Mark pegó su cabeza a la ventana del autobús, por la orilla imaginó la figura de su hermano Jeremy corriendo por la orilla, ya a los doce años de edad era un chico esbelto. Visualizó su sonrisa ancha, sus labios carnosos, su piel ligeramente chocolatada, sus dos grandes ojos verdes, esas simétricas facciones que tanto encandilaban a sus familiares, a las madres de sus compañeros de colegio. Mark miró el peñón de nuevo, más recuerdos se desenfundaron en su mente, recordó la hora del té, hacía años que no lo tomaba, ese té con leche caliente que con orgullo los separaba del mundo sureño, ese té que con religiosa costumbre se ingería a pequeños sorbos a las cinco en la casa de sus abuelos, recordó el retrato de la reina Isabel en el salón grande, las noticias de las nueve en la cadena gibraltarenea, las rocas cerca de su casa donde pasaba tardes mirando el mar, su primer beso en la grada de piedra de la cancha callejera de baloncesto, esa cancha donde jugaba con Jeremy las mañanas de domingo, recordó esas horas que desfilaban solas, sin esfuerzo, entre punto y punto, recordó la paz que en ese momento recordando había olvidado de echar de menos.

“¿Qué hora es?” Preguntó el hombre de nariz afilada sentado en el asiento contiguo.

“¿Perdón?”

“La hora..” Insistió el hombre.

“Ah si, perdón, son las ocho de la mañana.” Respondió Mark.

“!Las ocho!” Exclamó exaltado.

La expresión del hombre sorprendió a Mark que quedó paralizado durante unos segundos.

“Perdón señor, ¿se extraña?” preguntó.

“El tiempo es una serpiente silenciosa.” Respondió rotundo.

Mark era de esa clase de hombres que aun soñaba con conocer su futura esposa en un avión, un tren o un autobus. Era de esa clase de hombres que esperaba con emoción a ver quien le tocaba en el asiento adyacente, esa clase de hombres que no pierde la esperanza, que dice, “Esta día es el mio,” hasta que llega una señora mayor de 90 kilos y se sienta a su lado, o un hombre rudo de derechas que se empeña en hablar de política, o un chico joven con tatuajes y piercings que quiere compartir experiencias sobre las drogas sintéticas. Esa noche al salir de Barcelona, Mark comprobaba como una vez más su acompañante no sería una chica joven bella e interesante enamorada de la poesía sino un hombre de unos cincuenta años, vestido con un pantalón de pana desgastado, zapitillas blancas y un olor a meado de gato que no lo dejaría dormir. Un olor que se apoderaría de sus sentidos durante todo el viaje. El hombre había permanecido en silencio, mirando hacia delante, sin cerrar los ojos durante las catorce horas. Ahora el hombre se había girado y intimidaba a Marc con sus ojos redondos y pequeños y su abultada frente.

“Jamás sabremos si es suficiente, poco o demasiado.”

Mark se asustó. Una vez en un bus hacia Francia, un chico australiano de veinte años había sufrido un ataque de esquizofrenia que lo había dejado atemorizado durante días. El chico le había insultado, se había levantado del asiento para gritar y bailar, haciendo que el bus tuviera que parar hasta que llegó la policía. El temor de la experiencia volvió a él con asombrosa claridad.

“Como saber si quizás debiera ser otro el tiempo humano, como saber si quizás deberían ser menos años, o más largas las horas, como saber si hubiese sido mejor acabar antes o esperar un poco más antes del apagón.”

Prosiguió el hombre en un tono serio, pausado pero deshumano.

Mark permanecía en silencio. El hombre lo miraba en los ojos. Quería pedir ayuda, quería desaparecer, se le hacían interminables esos minutos, palideció su rostro.

“Quizás sea mejor el tiempo de los pájaros, quizás sea mejor su tiempo.”

Entonces el hombre se giró nuevamente y se puso a contar.

“3, 9, 7, 84,”

Mark intentó de levantarse pero el hombre sin girarse lo agarró por la muñeca, seguía mirando contando con su mirada pegada en el asiento delantero. El miedo paralizó a Mark. Se acordó de su padre, de sus peleas, de su talante erguido y grueso, su mandíbula amenazante y grande, ojala estuviera ahí su padre, quería soltarse pero sus miembros no respondían, volvió a sentarse..

“No tengo dinero,” Balbuceó temeroso.

El hombre seguía mirando al frente.

“El tiempo presente y el tiempo pasado están presentes en el tiempo futuro y el tiempo futuro también contenido en el tiempo pasado, si todo el tiempo es eternamente presente, todo el tiempo es insalvable.”

La claridad con las que pronunció esas palabras asustó aun más a Mark que no sabía si considerarlo un loco cualquiera. No sabía que hacer, le gustaría haber tenido la energía para soltarse, gritar, pegarle, actuar, pero Mark era un hombre traumatizado por la violencia, durante todo su vida había huido del enfrentamiento, confrontado con ella sus miembros se congelaban, su mente se tornaba blanca, entumecía. El hombre apretaba fuerte su muñeca, aun sin mirarlo, sin atender a su temblor, a su miedo. Mark pensó lo peor, quizás el hombre quisiera matarlo, sodomizarlo, lo venció su imaginación.

“Estuve en el desierto y vi expandirse el tiempo, era como si siempre hubiera estado allí, era volver al principio, a la primera mirada, 3, 4, 9, 33...”

De repente empezó a sonar su teléfono, la primer reacción de Mark, fue un fuerte espaviento. El hombre le soltó la muñeca lentamente. Mark fisgoneaba en sus bolsillos en busca del móvil. No lo encontraba. Al final con sus manos temblorosas consiguió responder.

“Hi Mark, it-s Rebecca,”

“Hola Rebecca,” respondió convulso.

“What-s wrong Mark, are you ok,”

“Si, si, puedes recogerme en la estación de La Linea, please, llego en treinta minutos, o en treinta y cinco, en la estación al lado de la frontera, don-t hang up the phone please, speak to me,”

“¿Mark que pasa? ¨

“Nothing, just go there and speak.”

“Tranquilo, tranquilo, me arreglo y voy.”

“Don-t hang up the phone, please, don-t hang up the phone.”

Mark habló con Rebecca durante el resto del recorrido. Cuando llego a la estación salió disparado del autobús sin mirar atrás. Rebecca estaba fuera, sus nervios y el cansancio no lo dejaron comprobar que la chica que había visto por última vez hacía 15 años se había convertido en una bella y elegante mujer de zapatos de tacón y hermosas prendas de diseñador. Casi sin saludar se precipitó en el coche. Rebecca tenía las manos en el volante. Ella lo miró durante un instante, sus grandes ojos azul-verdes no escondían su nerviosismo, su incomodidad. Se dieron un beso rutinario, de oficina.

“Please take me home, Rebecca please, llévame a casa.”