martes, 6 de enero de 2009

gibraltar

Volver a Gibraltar es como volver a un sueño. El orgulloso peñón de cuello alto revela su imagen desde las carreteras serpenteantes de la costa de Estepona. Mark lo miraba consternado, jamás hubiera esperado sentir afecto por un trozo de piedra. Después de todo los quince años de ausencia habían modificado la genética de sus sentimientos y lo que antes le produjo tristeza y consternación ahora se mostraba una fuente de nostalgia y cálida familiaridad. La mañana era soleada, fría y clara, el mediterráneo un mar apacible y domado yacía inmóvil y soñoliento en su merecida estación de ocio. Mark pegó su cabeza a la ventana del autobús, por la orilla imaginó la figura de su hermano Jeremy corriendo por la orilla, ya a los doce años de edad era un chico esbelto. Visualizó su sonrisa ancha, sus labios carnosos, su piel ligeramente chocolatada, sus dos grandes ojos verdes, esas simétricas facciones que tanto encandilaban a sus familiares, a las madres de sus compañeros de colegio. Mark miró el peñón de nuevo, más recuerdos se desenfundaron en su mente, recordó la hora del té, hacía años que no lo tomaba, ese té con leche caliente que con orgullo los separaba del mundo sureño, ese té que con religiosa costumbre se ingería a pequeños sorbos a las cinco en la casa de sus abuelos, recordó el retrato de la reina Isabel en el salón grande, las noticias de las nueve en la cadena gibraltarenea, las rocas cerca de su casa donde pasaba tardes mirando el mar, su primer beso en la grada de piedra de la cancha callejera de baloncesto, esa cancha donde jugaba con Jeremy las mañanas de domingo, recordó esas horas que desfilaban solas, sin esfuerzo, entre punto y punto, recordó la paz que en ese momento recordando había olvidado de echar de menos.

“¿Qué hora es?” Preguntó el hombre de nariz afilada sentado en el asiento contiguo.

“¿Perdón?”

“La hora..” Insistió el hombre.

“Ah si, perdón, son las ocho de la mañana.” Respondió Mark.

“!Las ocho!” Exclamó exaltado.

La expresión del hombre sorprendió a Mark que quedó paralizado durante unos segundos.

“Perdón señor, ¿se extraña?” preguntó.

“El tiempo es una serpiente silenciosa.” Respondió rotundo.

Mark era de esa clase de hombres que aun soñaba con conocer su futura esposa en un avión, un tren o un autobus. Era de esa clase de hombres que esperaba con emoción a ver quien le tocaba en el asiento adyacente, esa clase de hombres que no pierde la esperanza, que dice, “Esta día es el mio,” hasta que llega una señora mayor de 90 kilos y se sienta a su lado, o un hombre rudo de derechas que se empeña en hablar de política, o un chico joven con tatuajes y piercings que quiere compartir experiencias sobre las drogas sintéticas. Esa noche al salir de Barcelona, Mark comprobaba como una vez más su acompañante no sería una chica joven bella e interesante enamorada de la poesía sino un hombre de unos cincuenta años, vestido con un pantalón de pana desgastado, zapitillas blancas y un olor a meado de gato que no lo dejaría dormir. Un olor que se apoderaría de sus sentidos durante todo el viaje. El hombre había permanecido en silencio, mirando hacia delante, sin cerrar los ojos durante las catorce horas. Ahora el hombre se había girado y intimidaba a Marc con sus ojos redondos y pequeños y su abultada frente.

“Jamás sabremos si es suficiente, poco o demasiado.”

Mark se asustó. Una vez en un bus hacia Francia, un chico australiano de veinte años había sufrido un ataque de esquizofrenia que lo había dejado atemorizado durante días. El chico le había insultado, se había levantado del asiento para gritar y bailar, haciendo que el bus tuviera que parar hasta que llegó la policía. El temor de la experiencia volvió a él con asombrosa claridad.

“Como saber si quizás debiera ser otro el tiempo humano, como saber si quizás deberían ser menos años, o más largas las horas, como saber si hubiese sido mejor acabar antes o esperar un poco más antes del apagón.”

Prosiguió el hombre en un tono serio, pausado pero deshumano.

Mark permanecía en silencio. El hombre lo miraba en los ojos. Quería pedir ayuda, quería desaparecer, se le hacían interminables esos minutos, palideció su rostro.

“Quizás sea mejor el tiempo de los pájaros, quizás sea mejor su tiempo.”

Entonces el hombre se giró nuevamente y se puso a contar.

“3, 9, 7, 84,”

Mark intentó de levantarse pero el hombre sin girarse lo agarró por la muñeca, seguía mirando contando con su mirada pegada en el asiento delantero. El miedo paralizó a Mark. Se acordó de su padre, de sus peleas, de su talante erguido y grueso, su mandíbula amenazante y grande, ojala estuviera ahí su padre, quería soltarse pero sus miembros no respondían, volvió a sentarse..

“No tengo dinero,” Balbuceó temeroso.

El hombre seguía mirando al frente.

“El tiempo presente y el tiempo pasado están presentes en el tiempo futuro y el tiempo futuro también contenido en el tiempo pasado, si todo el tiempo es eternamente presente, todo el tiempo es insalvable.”

La claridad con las que pronunció esas palabras asustó aun más a Mark que no sabía si considerarlo un loco cualquiera. No sabía que hacer, le gustaría haber tenido la energía para soltarse, gritar, pegarle, actuar, pero Mark era un hombre traumatizado por la violencia, durante todo su vida había huido del enfrentamiento, confrontado con ella sus miembros se congelaban, su mente se tornaba blanca, entumecía. El hombre apretaba fuerte su muñeca, aun sin mirarlo, sin atender a su temblor, a su miedo. Mark pensó lo peor, quizás el hombre quisiera matarlo, sodomizarlo, lo venció su imaginación.

“Estuve en el desierto y vi expandirse el tiempo, era como si siempre hubiera estado allí, era volver al principio, a la primera mirada, 3, 4, 9, 33...”

De repente empezó a sonar su teléfono, la primer reacción de Mark, fue un fuerte espaviento. El hombre le soltó la muñeca lentamente. Mark fisgoneaba en sus bolsillos en busca del móvil. No lo encontraba. Al final con sus manos temblorosas consiguió responder.

“Hi Mark, it-s Rebecca,”

“Hola Rebecca,” respondió convulso.

“What-s wrong Mark, are you ok,”

“Si, si, puedes recogerme en la estación de La Linea, please, llego en treinta minutos, o en treinta y cinco, en la estación al lado de la frontera, don-t hang up the phone please, speak to me,”

“¿Mark que pasa? ¨

“Nothing, just go there and speak.”

“Tranquilo, tranquilo, me arreglo y voy.”

“Don-t hang up the phone, please, don-t hang up the phone.”

Mark habló con Rebecca durante el resto del recorrido. Cuando llego a la estación salió disparado del autobús sin mirar atrás. Rebecca estaba fuera, sus nervios y el cansancio no lo dejaron comprobar que la chica que había visto por última vez hacía 15 años se había convertido en una bella y elegante mujer de zapatos de tacón y hermosas prendas de diseñador. Casi sin saludar se precipitó en el coche. Rebecca tenía las manos en el volante. Ella lo miró durante un instante, sus grandes ojos azul-verdes no escondían su nerviosismo, su incomodidad. Se dieron un beso rutinario, de oficina.

“Please take me home, Rebecca please, llévame a casa.”

2 comentarios:

Neftalí Jara dijo...

La única función del tiempo es consumirse; arde sin dejar cenizas...

gabriel moreno dijo...

great phrase, thanks jara, i am going to use it