miércoles, 25 de febrero de 2009

la lluvia y la barca












La lluvia y la barca

La lluvia: Cada materia, cada cuerpo, cada piel recibe la lluvia con desigual talante. La arena succiona, el mar rebota, los puertos resbalan. Caer sobre ti es como caer sobre un pozo –un lejano eco nos avisara de tu dolor. Estas cosas pasan cuando se rebelan los objetos y en un playa aparecen intemperies no aptas para la lluvia. Aun así no seré yo a juzgar tu encomienda, seguiré cayendo aunque sufra tu piel desguarnecida.

La barca: No te inmutes, tú que crees intuir mi sufrimiento. Si has de caer, cae. Cae con el impulso que guardas para atormentar los trópicos. Yo no he vivido para morir bajo tu ceño. Caprichos climáticos, crueles estaciones; un ciclo de desplantes para acobardar a los hombres, -dios mandó el diluvio para fecundarnos de temores panteísticos. Si has de caer, cae, yo tengo trescientos codos de longitud para salvar mis pensamientos.

La lluvia: Pobre voz de sobrecrecida consciencia, tu cuerpo redondeado y cóncavo hace un charco de mis llantos. Yo nací para fluir, para fundirme libre entre otras aguas. ¿Crees que me complace estancarme sobre tus laminas? Emanando humedad, oxido, pestilencia. Ni siquiera la oscilación acompaña tu pleito, enclaustrado en la sumisión de las derrotas. Siento el hedor que suscitan tus lamentos.

La barca: Tú, paradigma del propósito, engendrada por fábulas y dioses, ¿qué sabrás tú del suplicio de los náufragos? Cada día en la materia, cada día alimentando la tierra que hizo polvo de mis pasos. ¿Con qué profundidad conoces tú la perdida? La humedad que se extiende con su baño de recuerdos.

No, tú no preguntas nada, te basta un buen chubasco. Después, escondida tras las nubes, aguardas una nueva oportunidad para regar mis fracasos.

La lluvia: Mi regazo no alimenta cerebrales descontentos. Si detuvieras tu soberbia, entenderías la abundancia. Ahora es demasiado tarde; enajenado del mundo, te estremeces con memorias y visiones. Ahí, sentado frente al mar, apadrinando el color de las piedras, maldiciendo esa vela que aviva el viento con la misma efusión de antaño.

La barca: Ningún solevantado aire me trajinó a esta orilla. Poco heroica fue mi leandrosidad mas llegué solo y golpeando. Si, ahora es tarde y deseo, sin que ningún Dios desprenda la sal de su venganza, poder mirar atrás.

La lluvia: Presuntuoso fardel, tu fatídica estela. Mirar atrás es como arrastrar un desvencijado buque sobre una montaña de escombros. Orfeo perdió su mujer la cual que había amado, tú lo perderás todo.

La barca: Delirio exhibicionista, tu eterno caer. Yo caí por amor, por poblar mis miembros con descomedidos sentimientos. Cada día que tú caes, se cierra una ventana.

La lluvia: Pedantería histriónica, asemejarme al liquido amargo de tus lagrimas.

La barca: Acida petulancia, exhortar el fin de mis recuerdos.

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