lunes, 22 de junio de 2009

Critica de Manuel Perez Subirana a la BArca enterrada

Como algunos ya saben, no es el primer libro de Gabriel Moreno que presento. Este que presentamos hoy es para mí el mejor libro que ha escrito hasta el momento, lo cual no es poco, teniendo en cuenta la calidad de los anteriores. No lo recuerdo, pero es posible que dijera algo parecido de los otros dos libros que presenté, pero eso lo único que evidencia, a parte de mi afán de repetición, es que su poesía se va perfeccionando cada vez más con cada nuevo libro. Perfeccionándose y, sobre todo, haciéndose cada vez más ambiciosa.
El tema de este nuevo libro, el eje alrededor del cual giran todos los poemas, es el mar, pero, evidentemente, no se trata aquí sólo de describir o de exaltar la naturaleza, sino de utilizar el mar como metáfora de nuestras propias vidas. El mar utilizado un poco a la manera del dilema hamletiano del ser o no ser. Porque, qué es preferible, quedarse en la orilla contemplando la fuerza arrebatadora de las aguas, disfrutar de las comodidades y de las ensoñaciones del hombre sedentario y correr así el riesgo de acabar promoviendo la pestilencia del que no actúa, como se dice en el verso de Blake con el que se abre el libro, o dejarse llevar por el mar, por sus promesas de aventuras y de nuevos destinos, aceptando entonces el riesgo de sucumbir a los peligros y de ser engullido por su propio abismo. Esta duda, este diálogo entre la tierra y el mar, entre la posibilidad del viaje y la necesidad de un hogar, entre el arrebato y el temor, entre el hombre de acción y el hombre contemplativo recorren todo el libro. El poeta, y con él el lector, en un intento por encontrar una respuesta a esa disyuntiva, se convierte sucesivamente en puerto, en barca, en tempestad, en faro, en lluvia, en playa, en viento, en mañana, en horizonte, en pájaro, en acantilado…, y cada una de esas posiciones le revela respuestas distintas, respuestas que parecen fluctuar por las páginas del libro con el vaivén de una ola marina. Ese recurso de contemplar el mar desde todos los puntos de vista le permite al autor ahondar en la complejidad del dilema, y diseccionar las contradicciones ante las que todo ser humano se encuentra. Porque, al final, lo cierto es que solemos desear lo que no tenemos. Y así como el que está en la orilla sueña con lanzarse al mar y dejarse arrastrar por él, el que está en alta mar con lo que sueña es con regresar pronto a puerto. No es de extrañar, por tanto, que estos poemas destilen cierta melancolía, la melancolía de saber que, se haga lo que se haga, siempre nos quedará la sensación de que hemos perdido algo. Esa multiplicidad de perspectivas de la que hablaba, le permite también al autor crear un relato complejo y al mismo tiempo tremendamente compacto, inusualmente compacto para un libro de poesía. Y ése es quizá uno de los rasgos más llamativos de La barca enterrada. La impresión que yo tenía al leerlo, y la impresión que me queda cada vez que recuerdo su lectura, es de que se trata de una poesía casi cinematográfica o novelística, pues existe aquí, no tanto un argumento, pero sí un flujo coherente, un camino que se va haciendo a medida que pasas las páginas y que va generando una imagen, una representación móvil como la que se instala en la cabeza de quien ve una película o lee una novela. Es decir, más allá de las imágenes concretas que conforman cada poema, imágenes que como siempre en su poesía son de una fuerza arrolladora, más allá de esas imágenes concretas, el conjunto del libro va generando una imagen que lo supera y lo sobrevuela, y que acaba dotando al libro no sólo una coherencia sino también una especie de trama, una trama sin argumento, un poco como lo que ocurre en las novelas de Benet, en las que son el propio lenguaje y el propio estilo los que acaban alimentando la expectativa del lector.
Se habla bastante últimamente de la necesidad de adaptar el lenguaje poético a los nuevos tiempos, de conectar la poesía con la actualidad. Este debate, que sin duda resulta muy interesante, puede sin embargo hacernos caer en la tentación de desvirtuar el universo poético haciendo pasar por poesía lo que no es más que un juego artificioso, una especie de coquetería graciosa pero absolutamente hueca. La utilización de referentes contemporáneos o la incorporación y exaltación del frikismo, por ejemplo, no garantizan por sí solos el acceso a la última realidad que nos vive. En ese sentido, para mí, este libro es un ejemplo de cómo con un esfuerzo escrupuloso y honesto y exento de cinismo se puede conseguir que los grandes temas, los temas esenciales que han ido repitiéndose a lo largo de toda la historia de la literatura, sigan resonando ahora con una música nueva, sin solemnidad ni aburrimiento.
En fin, en todo caso, todo esto que he dicho, como siempre ocurre cuando se pretende comentar un libro, tiene muy poca importancia y seguramente poco sentido, pues, al fin y al cabo, cada lectura que se hace de un libro es personal e intransferible. Así que, por una vez, y es curioso que me ocurra precisamente en un lugar como éste, me siento un poco identificado con Aznar cuando, tras finalizar su discurso en la ONU, dijo aquello de “Vaya coñazo les he soltado”.

lunes, 8 de junio de 2009